La buena poesía comienza con
el toque más ligero,
una brisa que llega de la nada,
una llegada apenas susurrada que sana,
una palabra en tu oído,
un ajuste en las cosas,
entonces, como una mano en la oscuridad,
detiene todo el cuerpo,
robándote para una revelación.
En el silencio que sigue
a un gran verso,
puedes sentir cómo Lázaro
—incluso en lo profundo
de la parte de ti más perezosa,
y en la más muerta de miedo—
levanta sus manos
y camina hacia la luz.***
David Whyte, El toque más ligero —