[1]
Venimos abiertos al don: al don de la gracia y de la paz que vienen de creer —de confiar— en Dios, de reconocer que somos tan débiles.
Necesitamos de este auxilio, de perdón, de fortalecimiento. Se lo pedimos a Dios. Y nos lo pedimos unos a otros, reconociendo nuestros pecados.
[2]
Venimos para encontrarnos con Aquel que siempre está con nosotros: está en cada uno de nosotros. Y sin embargo, venimos a Él siempre de nuevo, para ir descubriendo su rostro. Para ir descubriendo nuestro propio rostro, nuestra propia alma.
Señor, purifícanos, para que veamos tu rostro.