Los interminables eones que preceden a la primera Navidad no están vacíos de Cristo, sino penetrados de su influjo poderoso. El bullir de su concepción es el que pone en movimiento las masas cósmicas y dirige las primeras corrientes de la biosfera. La preparación de su nacimiento es la que acelera los progresos del instinto y la aparición del pensamiento sobre la Tierra.
No nos escandalicemos ingenuamente de las esperas interminables que nos ha impuesto el Mesías.
Eran necesarios nada menos que los trabajos tremendos y anónimos del Hombre primitivo, y la larga hermosura egipcia, y la espera inquieta de Israel, y el perfume lentamente destilado de las místicas orientales, y la sabiduría cien veces refinada de los griegos para que sobre el árbol de Jesé y de la Humanidad pudiese brotar la Flor.
Todas estas preparaciones eran cósmicamente, biológicamente, necesarias para que Cristo hiciera su entrada en la escena humana. Y todo este trabajo estaba maduro por el despertar activo y creador de su alma en cuanto esta alma humana había sido elegida para animar al Universo. Cuando Cristo apareció entre los brazos de María, acababa de revolucionar el Mundo…
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Pierre Teilhard de Chardin, Mi universo –