Temiendo que -en su desesperación- podría hacerse daño a sí misma, Myriam fue a ver a un anciano sacerdote jesuita al que había conocido en la Universidad.
Después de llorar y contarle su historia, él le tomó una de sus manos y comenzó a dibujar un círculo en el centro de su palma abierta. “Esto” -dijo- “es donde tú estás viviendo. Es un espacio de dolor, una herida profunda. Este lugar no puedes evitarlo. Acéptalo”.
Enseguida, el sacerdote cubrió la mano de ella con la suya. “Pero si puedes, intenta recordar también esto: hay algo más grande, que es el Reino de Dios, y en ese espacio de misericordia, tu vida puede abrirse. Tu dolor está rodeado siempre por el amor de Dios. Y como ya conoces ambos: el amor y el dolor, tus heridas pueden sanar”.
T.B.
TEMIENDO QUE (T.B.)
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